Sin dudas, el título apuesta a la fijación e inmovilidad del tiempo. Sobre esa apuesta, y desde la
lógica Aristotélica, en su referencia a la relación del hombre, con los entes,
se diría que el tiempo es donde discurre, o transita la significatividad. Esto
es, la continuidad y discontinuidad en donde los entes se relacionan, solo por
medio del hombre que, les asocia, vincula, acerca o aleja. Sin embargo, tratar
de pensar en un antes de la pre-comprensión, es irse a otro ámbito. Así, lo que
aparece, se da, o se manifiesta tal y como es.("La dación").
Para Heidegger, todo
momento lleva consigo la espacialidad, la cual toma rumbo y sentido solo a
partir de la posibilidad del "ahí" que es en cada momento, donde
aparece y desparece. Esa cabida anterior a la pre - comprensión del hombre, y
al propio lenguaje, lleva consigo el momento afectivo que da salida
o lugar a la remisión, pero es el ámbito de la apertura, lo que abre espacio,
abre mundo, abre la posibilidad misma.
¿Ahora que es abrir? Pero
sobre todo ¿abrir mundo? Desde un atisbo, al planteamiento de Heidegger, cabe
decir que la apertura es la condición más propia de lo humano. De ello que
entre los existenciarios, por excelencia, sea la apertura el ámbito que cobija,
la posibilidad misma. Y tal despliegue, cobra horizonte desde el sentido de remisión
más precario, hasta el más estructurado, refiriéndose al desarrollo de la
cultura en sus relaciones ontológicas.
Apertura es posibilidad. Y
la posibilidad es el horizonte donde tiene lugar, el ser. De ahí que, todo sea,
en el mundo de lo posible. Cuando hay apertura hay posibilidad de ser, porque
este momento de la existenciariedad, solo se afirma desde el sentido que cabe,
en la significatividad que lo permite. Parece insoslayable, no encontrar más términos,
que logren decirlo con mayor claridad. Me sobrepasa que ya, el propósito no es
aclararlo, sino, simplemente decirlo en el tiempo viviente que me compromete a
existir.
De ahí, conviene agregarle, ¿cómo es que la apertura abre mundo? Ante ello, decimos que solo el ente, remisor de sentido puede abrir mundo, donde tal ente es el hombre mismo. Por tanto, el sentido de mundo, sobre cobra o retiene horizonte, solo desde el sentido que acoge el lenguaje, y desde el lenguaje mismo se abre la apertura para nosotros. Valga el redundar. Entonces, se comprende que la apertura va de la mano con el lenguaje. Una característica propia del lenguaje, es que orienta, retiene, amplia, cierra, limita, oculta, sobrepone y minimiza. Con ese rigor, el habla abre desde el lenguaje mismo, la posibilidad de mostrar lo nuevo, o lo que desde el mismo lenguaje se puede nombrar. El habla que no necesita la fonación para decir, logra paralizar el tiempo, lo fija en la indeterminación del sentido que puede abordar lo humano, desde los tránsitos que alcance en la intensión del acto.
Habitar en la mirada silenciosa, del decir para sí mismo, es lo que nos pone de cara a ser en una posible fijación del tiempo. Un tiempo que se abre desde el sentido de lo humano, un tiempo que camina en el vilo del regreso a sí mismo. Un retorno al tiempo que contiene la movilidad, la extática fijación donde discurre la movilidad de la vida.
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