Christian Ricardo Montano Lopez.
Abril de 2015.
Revista Existenciarius. El Fogon en los paeces.
La figura simbólica, tiene la capacidad de agrupar
varios elementos representativos en su conjunto, tal capacidad se manifiesta en
la posibilidad de encontrar el sentido de la figura solo a la base de sus
elementos. Ello es el sentido común donde la figura abarca una misma dirección
u orientación, sobre la unidad que le contiene. Resulta así, que al identificar
la figura como una representación propia en lo señalado, dicha figura viene a
simbolizar, solo en la medida en que el sentido sobre lo representado es
compartido, vivenciado y recordado.
La figura simbólica bien puede aventurarnos a las
apologías de la cognición, y a explorar los albores kantianos desde la teoría
del conocimiento y más. Sin embargo, el escrito no intenta desarrollar esta
reiteración, porque a este momento no es de nuestro interés y consideramos que
no aporta en lo más mínimo, un avance al propósito de explorar un sentido
latinoamericano.
Es legítimo involucrar ambivalencias respecto al
sentido de la reflexión, la primera de ellas, es señalar enfáticamente que el
escrito esta apartado de cualquier sentido filosófico, y la segunda es asentir
que el ejercicio solo cabe desde una posición antropológica u sociológica. Sin
embargo, es de advertir que, el camino que se elija, solo se va a encontrar con
una leve tentación de avance, exploración y ensayo desde la descripción
fenomenológica.
A continuación se pretende abarcar tres elementos de
reflexión, como un esquema de análisis sobre una figura simbólica tradicional
de la comunidad indígena Nasa,
nombrada como Tulpa, en su dialecto, y
nombrado como el fogón, en
castellano.
Dentro de la propuesta a desarrollar, se enfatiza en la
figura de la tulpa, desde el sentido familiar que se puede nombrar desde la
cosmovisión indígena nasa. Nos Interesa desarrollar el análisis descriptivo,
con una línea de apoyo histórico, que intente abrir una comprensión al fenómeno
del cuidado, como condición propia del pueblo nasa. Esto es intentar mostrar
que a la base de la figura simbólica de la Tulpa, en el pueblo indígena nasa,
es posible mostrar un rasgo originario de lo humano, donde la atención funge
desde la espacialidad que abre, la calidez, la palabra y la memoria.
Podemos empezar proponiendo alternativas o diagnósticos
sobre la familia, como principal actor y formador en el ser social. La familia
es entonces un espacio necesario para el dinamismo familiar. Especialmente
reflexionado sobre la espacialidad en que se desarrolla la familia.
Resulta importante la aclaración que expone Jesus
Adrian Escudero entorno al planteamiento Heideggeriano sobre la espacialidad. En
su afirmación se dirá que el hombre tiene la posibilidad de desplazarse
significativamente en y desde su espacialidad.
La pregunta se dirige entonces sobre el desplazamiento
familiar, y cercano, tomando como referente el desborde de cercanía que se ha
constituido o determinado históricamente en una perspectiva logocéntrica, que
en su descripción general, cubre la territorialidad latinoamericana.
El espacio familiar, construido desde los arboles
señalados por la arqueología, en sus despliegues sociológicos, muestra como la
familia se atomizó cada vez más, reducida hasta dar cuenta de la mínima
expresión de la individualidad compartida. Desde dicha característica el
ambiente familiar da cuenta de una red de relaciones compartida por cada unidad
familiar que ineludiblemente se halla inserta al ser social.
Dicha red compartida, da cuenta de los lasos sociales
que le conectan con sus necesidades básicas, sus deseos sociales, y
características básicas del ser humano en su supervivencia.
El concepto de comunidad, toma una caracterización, prefigurada desde
una individualidad compartida, que se torna ineludible de su especialización y
atomización de relación.
Por otra parte, abordar la descripción de la familia,
que logre señalar una apertura con los otros, cercanos y que se logren conectar
de modo cercano y compartido, puede señalarse el lugar de la Tulpa, como el
espacio que abre dicha característica.
En la Tulpa se unen tres elementos de fijación, la luz
e iluminación del fuego, la palabra y la memoria.
Estos tres elementos de fijación, y encuentro en la
Tulpa, parecen comunes a cualquier espacio diferente al fogón, donde se hace presente
el encuentros con los otros. Sin embargo la característica más propia, es la cercanía compartida, que se renueva en
la palabra, desde el nombrar recordando de todos, ahí, en un espacio familiar.
El nombrar recordando retrotrayendo lo acontecido de
todos, viene a revestirse de lo propio de la Tulpa, en donde la luz del fuego,
el resplandor de la llama, es el cobijo que cubre una actividad compartida.
La costumbre viene dada entonces, desde la actividad
compartida, tradicionalmente, en el hacer de los hombres. Desde esta
perspectiva cabe preguntar el lugar de la llama, el fuego y la luz. Luz que
ilumina nuestra pupila, que afina el oído y libera la imaginación.
Vale preguntarnos si el fuego, es una condición
necesaria para el acontecimiento de la Tulpa, más cuando esta rememora la
espacialidad compartida en el calor del fogón. El fogón no viene a ser una mera
palabra sino y en esencia, el espacio de encuentro con los otros cercanos, en
nuestro ambiente familiar.
Nos asecha la pregunta, sobre lo que permite abrir y afirmar sendas o posibilidades en donde aparesca el encuentro con nosotros mismos. De esto que sea imperioso preguntarnos
por ¿Qué es lo que representa el fuego y qué importancia tiene en la Tulpa?
Podriamos partir desde los postulados de la Grecias antigua, de cara al planteamiento de Heráclito, en donde el fuego abarca el
sentido amplio sobre el movimiento subyacente en los contrarios, o los
opuestos. De ello que el fuego sea el principio que abarca, el movimiento como condición esencial de lo real. Por otra parte, desde la filosofía oriental también se hace
presente la dualidad, pero ya no vista como oposición y lucha incesante entre
los opuestos. Esta dualidad se verá entonces como necesidad y complemento. Es
decir que tales opuestos, o ideas opuestas se requieren las unas a otras, para
poder presentarse u aparecer. De ello que el día y la noche, lo blanco y lo
negro, lo frio y lo cálido, lo dulce y lo amargo, aparescan como la caracterización requerida para comprender los fenomenos.
Ahora, en lo que atañe a la postura Indigena Nasa, con relación a la figura simbólica del fogón, y su descripción fenomenologica, esta no contempla una apología del fuego, desde la simbolización
indígena, El símbolo del fuego está acompañado sencillamente por la espacialidad que abre la
palabra y la memoria.
Resulta de ello, que el fuego nos refleja sencillamente
EL CALOR, LA CALIDEZ, es decir un modo de la espacialidad donde mora la
palabra. Pues es ella la que abre, el sentido del fuego, el sentido del
encuentro con los otros en el fogón, desde la retrotracción del acontecimiento
vivido, que abarca a los moradores.
Vale preguntar si el símbolo del Fogón, debe ajustarse
al cuadro, característico, de los indígenas que llevan a cabo, esta tradición.
Nuestra tesis intenta esculcar lo más esencial de la Tulpa, para ponerle en
juego con el hacer cotidiano de lo humano, donde prevalece la extrañeza. Se
trata de mostrar lo verdaderamente propio en que yace un rasgo de lo humano, un
rasgo difuminado por las múltiples formas que absorben al hombre desde las
conexiones tecnocráticas a toda escala fijada en cada contexto.
La Tulpa en su rasgo categorial, se muestra en la
espacialidad que posibilita la palabra y abre el encuentro con lo vivido, solo
desde el escenario familiar y compartido.
De ello que para señalar su carácter común, y amplio de lo humano, es
preciso mencionarle desde el deber ser de sus elementos constitutivos, lo cual,
efectivamente no se halla bajo el horizonte común y sus avances tecnocráticos
radicales.